Friday, November 30, 2007

Trasiego


I

Martín se acuerda de pocas cosas. Una de ellas es la voz de Ana.

-Recoge esas medias. No vas a querer caerte apenas despierto -le decía ella.

Ana no está más en la cabeza de Martín de no ser por esas pocas palabras, que parecen tener algo más allá de sí mismas, algo escondido tal vez. Gasas y bisturí. Pero también el agua mojando el pelo lacio y retirando el champú de él. El sistema nervioso es una sucesión de calles de mierda, piensa Martín. Sinapsis, balance químico. El aeropuerto de Madrid, Barajas 4. Clonazepam. Paroxetina. Clonazepam + Paroxetina + Un Pipazo= St. Pauli, Hamburgo.

Martín nunca ha estado allí, en esa ciudad. Se le ocurre que debe ser así, sin embargo. Tiene mucho tiempo para pensar y es inútil no imaginarse Hamburgo, sobre todo si no se ha estado allí.
Martín piensa en un cuerpo con un muñón al final del cuello, cuando debería comenzar la cabeza. ¿Se puede coser el muñón muy despacio para que todo se quede adentro, para que nada se desparrame?

Una parada de bus en Ciudad Universitaria. El tren que se detiene en Moncloa. El español nunca va a ser yo. Salir corriendo de Madrid y encontrarse con extranjeros en tu país. (Extranjeros + Mi País)^3= Los columpios de Miraflores, al lado de la piscina municipal. Condominios Río de Janeiro #2 en el barrio San Juan.

-¿Y si te caes te recogeré?

II

Basta. Una piscina titilando en el verano. Afuera hace 35 grados, aquí cuarenta. Cuando me despierte me sentiré tan triste que tendré que ir a la piscina y nadar hasta que se me pase. Allí está el argentino. Masajea la espalda de la cordobesa. Ella se deja; siente que el tren se le va. Vos siempre salís a estas horas, ¿viste? Volveré a la habitación y colgaré la pantaloneta en la ventana. Coimbra y Oslo, ciudades posibles en vuelos baratos en aeropuertos semicerrados. Baguette con queso en tajadas y cola. Ojalá a fin de mes.

Ahora me gustan las mujeres madrileñas. Te fijas en los pantalones tubo y en troncos largos delgados cubiertos por blusitas de tiras en los hombros que llegan hasta la mitad de las piernas. Las calles de Lavapiés y la posibilidad de andar mirando los escaparates de los chinos. Tengo una amiga en Londres. Un vuelo que hace escala en Ámsterdam tres horas. Luego tengo clases.



Juan Carlos Rey de Borbón. Doña Sofía. Ministerio de Relaciones Exteriores del Reino de España. Borbón y Letizia. La caricatura de Letizia en cuatro. Hay quioscos en Madrid que venden el periódico de Quito y el de Alemania. Filas de cabinas telefónicas con gente que llora en ellas. Siga, dice el afgano, cabina #54. El teléfono, el móvil, sonará a las siete de la tarde. Aunque hayas llamado antes, aunque no.

Ésta es la rutina: Martín se despierta con los primeros pasos del corredor. Malduerme hasta las ocho de la mañana. Toser hasta que te dé nausea. En la Residencia Santa María del Estudiante hay churros y jugo de cartón. Martín deja el plato y el vaso a medias. Malsaludar, malconocer a los compañeros. ¡Esa mochila siempre te ha acompañado! Sandalias de dedito y shorts. Hoy toca Ariel Rot en el Festival de la Villa. Escuela Diplomática. Buenas y filtro de seguridad. Los rayos x no ven pepa sobre pepa. Al fondo, en un tapiz, los Reyes de España retratados con sus cetros.


III

-Es mejor que regreses, Martín. Total, dos semanas más o dos menos.

La horchata española es lechosa y se sirve con hielo. Allá es infusión en la casa de Eguiguren. Aquí pago seis dólares por tomarme una horchata en una terraza divina, mirando la Gran Vía. Hay canciones de Fito Páez de gente que anda por La Castellana, cuando hace rico frío. Estoy en La Castellana. Bulevar frondoso y edificios. Poetas rumanos durmiendo al filo de la calle. No poder estar ni aquí ni en la casa. Tienes allí una perrita y ella te extraña. Cuídate de guardar ese acento mexicano; aquí todos tus amigos lo son.

Repite que odiaste a tu madre. Lo que no puede explicar Freud lo pueden disolver las pastillas. De noche es cuando me da más miedo. Quiero decir: me duermo en paz, me gusta la hora cuando el sueño me puede y el libro se cae de la mano. Y me voy durmiendo. Pero a veces me despierto cuando aún sigue oscuro: estés o no con alguien siempre te despiertas solo. Sabes que soñaré/si no estás que me despierto contigo. Play off, apaga la luz.

Retrato del joven enfermo: hay dos mil estudiantes en Madrid. ¿Cuántos se sienten así? ¿Los encierran, los tratan? ¿Dónde queda el manicomio de Mondragón? A las ocho de la mañana en un cielo lluvioso de Alemania te despiertó un amigo. “Me duele aquí”, y se señala el estómago. “Vamos al hospital”. Al llegar lo internan. “Peritonitis, se salvó de milagro”, te dicen. Desde su cuarto se ven las nubes grises. Abajo, un parque enorme. Hay colillas a la entrada del hospital. Montañas de colillas que se desparraman de los basureros. Tú no fumas pero ves fumar. Bancas de metal donde es imposible estar sentado más de diez minutos. Vamos al parque, pues.

Residencia Santa María del Estudiante. Una guardia ecuatoriana. “Uf, me regreso ya a fin de mes”. Hay uno de los cuartos, donde el venezolano se tira a la catalana. La pesadilla no termina ahí: la niña no será nunca tuya. ¿Se te para, para empezar? Yo solo quiero caminar con ella hasta la rotonda de Cuatro Caminos, y allí tomar helados. No mientas, quieres que ella se corra.

Lunes o martes de tarde. Almuerzos para proletarios por diez dólares. Resuelto: hay que regresar.



IV

Dormirse no cuesta ni la mitad que despertarse. Querer despertarse es un acto de heroísmo. Bochorno desde las cuatro de la mañana. Capullo envuelto en sábanas que se da la vuelta y suda. Anda camina por el parque. Date las vueltas y verás que te calmas. Date la vuelta con los jubilados que te dicen buenos días. Piensa que paseas un perro o que hablas con alguien que sí existe. Es también una cuestión de actitud: las pastillas no logran que no pienses que todo se cayó. Ciudades llenas de edificios idénticos donde no habita nadie. Peor aún: están repletos, pero nadie te abre.

Degradado en el metro. El tren pasa en 3,2,1 minutos. La chica del otro andén. Algún día van a capturar a los africanos que tienden sus sábanas y venden videos piratas pasadas las siete. El tren pasa en un minuto; bajar por las escaleras mecánicas hasta el fondo. No hay para qué apurarse; apéate a la fila de la derecha porque los que quieren llegar utilizan la de la izquierda. Aeropuerto. Detrás de ti se cierra la puerta del avión. Los corredores están sucios y todos tienen mala cara. Nadie como tú se ha restregado el cuerpo hasta que la piel tenga escamas de sangre. Pepa 1+pepa 2+pepa 3. Ahora pepa blanca. ((Color durazno+color blanco)/hígado bombardeado)= paz de momento. Buenas noches.


V

Pasajeros nuevos que llegan con uno y se pierden apenas aparece la boca de la salida. Martín no se sorprende: Ana no ha llegado. Hay globos y serpentinas. Faltan pitos y matracas. En la maleta, turrón de almendra. La ansiedad dura más de cien años en la cabeza. Por esta vez, no más. ¡Abrazos!

Visibilidad condicionada. Nubosidad variable. Camino a casa no hay minas. El problema sería inventarlas y pisarlas. Como si esa gasolinera de allí, al activar este botón, partiera el barrio en mil pedazos. “Pero qué bien. Te ves más delgado y eso te sienta. Hay que ver cómo te pones cuando te crece el pelo ondulado y te dejas la barba.”

Quiero mirar tus ojos del color de la Cocacola.

La canción en las orejas de Martín. De modo que Martín no escucha nada más que la canción. No-lugares, las películas absurdas del avión.

¿Y si una canción me sostuviera?