Saturday, May 05, 2007

Café al mar

A Sisa



Yo vi ayer el mar por vez primera. Es un charco enorme de agua con espuma y piedras y animalillos que a uno le rozan las piernas. Caminé por la arena mojada y sentí cómo los caracoles se abrían a la llegada de la marea y chupaban su agua salada. El mar explota en esa arena y produce una bulla pavorosa. Los pájaros, como si nada.

No fui solo, al mar. Cuando llegaron a verme estaba tendiendo el yute al borde de la carretera. A veces hace tanto sol que el yute se derrite como goma y la brea hierve. Tenía el cesto repleto de granos, tiernos todavía.

Yo nunca dejo solos a mis granos. Los riego sobre el yute y puedo verlos desde la ventana de la casa. Mi casa da directamente a la carretera, recorriendo unos doscientos pasos de arbolillos que aún no están en edad de dar. Los que tengo detrás ya me han dado dos cosechas; tienen diez años.

Esta vez les dejé allí, distraído mirando llegar la camioneta, que levantó un polvo espeso que les oscureció.

El café se seca al borde del camino. Cuando es época cosecho los granos jovencitos, rojos como si fueran las guindas que trae mi cuñada en verano, que es el tiempo en que nos visita. Los granos deben dejarse dos semanas más, hasta que el rojo esté más oscuro, como capulí, me dicen siempre. A mí sí que me gusta mi cuñada. Cuando ella llega duerme con mi señora y yo tiendo la estera donde los niños para que duerman juntas. Mi señora sale a lavar temprano y yo veo que mi cuñada está dormida de lado, solo con una camiseta larga larga que se ha traído, y le miro los pies. Tiene las uñas chiquitas, redondas, pintadas del color de los granos.

Después de la temporada de lluvias llevo el café para que se seque; riego los granos en el yute y los autos pasan y los hacen temblar. Saltan mis granos de café sobre el yute, mientras el sol les da a mediodía.

Anteayer anduvimos buen camino cuando salimos a tirar café al mar. Desde San Ignacio se ve por el poniente la cordillera. Me dijeron que pasando la cordillera se llegaba al mar. Y sí, pasamos la cordillera, que aquí le decimos el Cerro Desganado, porque cuando nos acercamos ya no nos da más ganas de seguir andando. Empieza a hacer frío y siempre queremos volver a San Ignacio, sobre todo ya pasadas las seis.

Pero eran ya pasadas las seis, cuando me di cuenta que estábamos del otro lado del Cerro Desganado. Ya las ocho habrían sido. Me dieron una cobija bien abrigada y me dijeron que estábamos por llegar. Y me quedé dormido en tan tremendo frío, agarrado de la cobija hasta que se hizo de mañana y me dijeron que ya habíamos llegado.

Moraditos del frío estaban los granos, allí atrás en el balde. Los había echado ojo entre sueño y sueño de noche. En las curvas se bamboleaban pero volvían, quietos, a su lugar en el cesto.

Así que me bajé y miré los granos morados. Me dijeron luego que agarrara el cesto y lo acercara a la playa. Pues ahí lo vi, al mar. Tanta bulla y alharaca, y los pájaros como si nada. Me quedé mirando el mar, y los granos quietos en el cesto al lado mío.
No, a mí no me gustó. Qué habrá sido; tal vez los bichos, que a uno le muerden despacito las piernas cuando entra al agua. O porque cuando oí “¡ya pues, don Jorge, tire esos granos al agua!”, y me agaché y me llené de fuerzas y agarré el cesto y esplash, todo el café al mar, no ocurrió nada de nada. En un segundo la cosecha se hundió y a los granos se los comieron las olas que venían y venían.

No pasó nada en el mar. El cesto se quedó vacío. Nos subimos a la camioneta y nos volvimos para San Ignacio.

En la carretera, para hacer conversación nomás, mencioné que si era yo el que estaba mal me disculparan, pero que no me entraba cuál era la gracia y beneficio de tirar café al mar.

- Facilito pues, don Jorge. Menor la producción, menor la oferta, los precios se mantienen. Usté y yo ganamos –me respondieron.

Y cierto es. Con la plata mañana mismo puedo empezar a sembrar.

Justo antes de San Ignacio, me contaron lo del maíz. Allá en el monte por la sierra, cuando se siembra maíz y el maíz crece y ya se hace grande, una planta alta como del porte de un hombre alto y ya da fruto, al fruto se le llama señorita. Hay que esperar que la señorita crezca para poder cosechar.

Yo voy a contar lo del maíz en San Ignacio. Lo de la señorita, y lo del mar también.

Labels: