Tuesday, September 25, 2007

Raza de vívoras

Los perros de la ciudad empezaron a desaparecer. De un día para el otro amaneció lloviendo sobre Quito, y en los postes de electricidad pública aparecieron pegados con engrudo los primeros anuncios desesperados de los dueños que buscaban a sus bulldogs, sharpeis, schnauzer, a sus chesapeake-bay-retrievers, german-shorthaired-pointers. Uno de los anuncios, empapado de agua, la tinta corriendo a gotas, ponía así:

Me llamo Mimi
(foto dispuesta)
SI ME LLEVAS A CASA
O CONTACTAS CON MI DUEÑO
MARTÍN ADOSSE
2567345, 2469087, 092757256, 096408422
TE OFRECERÉ UN REGALITO DE MIL DÓLARES

No sucedió lo mismo con los perros de la calle que parecían sobrepoblar la ciudad, aunque buena parte de ellos apareciera habitualmente aplastado por los autos en las autopistas o secándose, envenenados con matarratas o con bolitas de naftalina recubiertas de carne cruda de res. Yacían tiesos, con las cuatro patas estiradas, y se quedaban sobre el asfalto hasta que un bus o el viento los arrojara hacia alguna quebrada donde se podrían con mayor facilidad. Aún así, los vivos vagaban por los parques y las calles congestionadas, buscando pescar algún resto de basura comestible.
No mucho después de esto apareció en Quito un pequeño escuadrón de ex dueños de perros caseros. Se limitaban a liquidar a los callejeros descerrajándoles la mandíbula con guantes de cuero y caucho. El escuadrón se inició en un principio como una patrulla urgente de desesperados, pero con el paso de los días y la incertidumbre ya despejada se dedicó a limpiar la ciudad de perros sin rumbo, queriendo con esto procurar el fin de las desapariciones de las mascotas caseras. Y aunque los avisos de Pupi, Beethoven, Boby, Rambo, Nena o Cocoro aparecieran exponencialmente cada mañana, la patrulla exterminadora se aferró a su tarea nocturna más por rutina o pasatiempo que por convicción. Los basureros recogían los grumos de papeles empapados de agua y tinta, y los cadáveres de los perros sin raza.
En cuanto a Mimi, fue la primera perra de casa encontrada. La hallaron todavía agonizando, tirada detrás de una escuela para niños especiales que se ubicaba en el borde de la ciudad. Presentaba rastros de sangre todavía fresca en el sitio donde habían estado sus pezuñas, y una dermatitis especialmente fuerte, a la que le dicen gusanera.
Detrás de Mimi fueron apareciendo los demás perros perdidos. Como en un desierto repleto de minas, la vista daba para miles de animales convulsionando y vomitando, socapados en una nube de moscos. Los perros de la calle siguieron siendo amontonados en los basurales.